jueves, 30 de junio de 2011

Alguien con quien hablar



Ha pasado tiempo.
Del llanto y el grito y la noche en vela; de la inquietud inaguantable, el pelo revuelto y el nudo en el estómago, fui pasando lentamente al otro lado del sendero.
Aquel iba al infierno, lo atravesaba, no salía de allí.
Éste está en una isla silenciosa.
Suena el teléfono y no quiero atenderlo.
O no tengo fuerzas para atender la llamada y responder el cuestionario previsible y tonto, siempre repetido, cuyas respuestas el interlocutor no escucha de verdad, porque mientras las oye está leyendo la cuenta de luz o cociendo un botón o mirando el noticiero por televisión.
-Estoy viendo a fulanita, me parece que se puso botox...-
Murmure, pero en tono audible.
-No tengo mas ganas de vivir.
Y ella salteó mi párrafo y se despidió:
-Bueno, me alegro de que estés bien, a ver cuando nos vemos...
-En cuanto termine de corregir lo que me falta del libro...
-Nos hablamos...
Clic
Como el ruido de los sapitos de lata. Clic, clic, clic.
Botox, libro, lata.
Quiero que vuelva.
Lo extraño.
Desde la ventana se ve gente abrigada caminando por la calle. Es un día gris, por la hendija abierta entra olor a un invierno de hace años. Colonia de Dior, ramas de pinos mojadas por la lluvia, lana inglesa de un suéter a rombos... Ahora no había cosas que me dolieran tanto: no revisaría agendas, ni bolsillos, ni espiaría mensajes de su celular.
No querría escuchar detrás de la puerta.
La soledad y la ausencia te enseñan cual es el verdadero infierno. Es estirar la mano en la cama y que al lado no haya nadie. Y que cada día que pasa su perfume se vaya lavando y otros aromas ocupen su lugar.
Es ganas de no tener ganas.
Es vivir para atrás, con los ojos pegados a la nuca en vez de seguir el curso de la vida, con los ojos debajo de la frente: hacia delante, hacia delante...
El verdadero infierno no es dudar, desconfiar, temer mentiras..., es tener la certeza de que no entrará nunca más por esa puerta, que nunca más podré cruzármelo en la calle, que no conversaré con él...
Porque más que abrazo apretujado y mi nariz contra su cuello y mis dedos revolviendo su pelo, lo que me hace falta con desesperación y con locura, son aquellas conversaciones en las que nos mirábamos como en un espejo, descubriendo algunos pensamientos en duplicado, abriéndonos puertas que jamás habíamos abierto antes, haciendo confidencias que nunca hubiéramos podido hacerle a otros...
Mientras estuvimos juntos, no dejamos de conversar como amigos, como amantes, como dos que coordinan el largo y el ritmo de sus pasos para que nada pueda distanciarlos.
Tuvimos en cuenta tantas cosas... ¡Pero no calculamos que la vida puede terminarse en cualquier momento, sin previo aviso!
Tengo muchos motivos para vivir.
Motivos cotidianos, chiquitos, que componen un ramo valioso. Tal vez encuentre, a veces alguien a quien abrazar y que me abrace... Pero no he vuelto a tener otra conversación como aquellas, las nuestras amor...
Ha pasado tiempo...
Sólo quería decirte..., que me haces tanta, tanta falta... 

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